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Vínculos de Cuba y México

La Siempre Habana: grabado cubano en México

Luis Miguel Valdés. Una noche en el malecón. Xilografia 119×210 cm, 2019

Entrevista con Luis Miguel Valdés, fundador y director del taller de gráfica «La Siempre Habana».

Por Alex Fleites

Desde 1970, cuando realiza su primera exposición personal de dibujos y temperas en la habanera Galería L, de Extensión Universitaria, Luis Miguel Valdés (Pinar del Río, 1949) es una presencia constante en el panorama del arte cubano.

Graduado de la tercera generación de la Escuela Nacional de Arte (ENA), el resumen de su hoja de servicio nos llevaría varias páginas. Baste decir que, además de artista de mérito, ha sido profesor de algunos de los más notables pintores y grabadores cubanos, que a él se debe que el grabado pasara de asignatura a especialidad en los planes de estudio de las academias de arte de la isla, y que es, entre nosotros, el pionero en el arte digital.

Radicado en México desde hace varias décadas, allí fundó el emblemático taller de gráfica La Siempre Habana (LSH), referencia de primer nivel en ese país, lo que no es poco si se tiene en cuenta la larga tradición gráfica entre los mexicanos.

Hace años visité LSH en su sede de Coyoacán. En esa ocasión hablamos de la posibilidad de esta entrevista. Ahora, cuando el taller se ha “movido” a Cuernavaca, retomamos el propósito. Las preguntas de entonces, encontradas en mi archivo, siguen siendo las mismas. Quizás las respuestas, enriquecidas por el intenso laborar, han variado. 

Luis Miguel Valdés. La Habana Infinita. Xilografía y acuarela, 2014. 122×178 cm

¿Por qué te estableciste en México?

Estando en París, durante mi beca en el Atelier 17 de Stanley W. Hayter (1983-84), fui a una exposición de Macintosh, descubrí la computadora y me quedé obsesionado al ver las posibilidades de esa nueva herramienta. Al regreso a La Habana me entero de que un primo tenía una computadora que “dibujaba”. Fui a verla y amanecí cacharreando aquella maravilla que hoy parece elemental, pero que era genial para aquellos años.

Por entonces era Jefe del Departamento de Grabado del Instituto Superior de Arte (ISA); le mostré a la Dra. Yolanda Wood, la vice rectora, lo que había hecho con la máquina. Me dijo que tenía suerte porque acababa de llegar al centro la primera computadora y nadie sabía qué hacer con ella. Me dio un cubículo del área donde los músicos ensayaban y allí me pasaba todo el tiempo aprendiendo y escarbando el único programa que tenía para hacer gráficos, que animaba cuadro a cuadro hasta convertirlos en videos. No había mouse, todo era con las teclas. Una vez al mes me iba unos días a Pinar del Río, donde vivía mi primo, a transferir las animaciones a cinta de ¾ y a ponerle música.

Hice varios trabajos con aquellos recursos, pero sobre todo recuerdo dos videoclips con sendas canciones de Pablo Milanés. Se los mostré a muchos colegas. Gustaron, excepto a los descreídos que pensaban que aquello lo hacía la computadora y no podía considerarse una expresión artística. También pesaba en las opiniones negativas que lo hiciera alguien de la “generación del 70”, cuando los críticos del momento nos trataban de borrar del mundo de la plástica y sólo reconocían a las promociones más jóvenes.

Con el resultado de mis exploraciones hice en el Politécnico de Pinar del Río la primera exposición de arte digital en Cuba, y después una exposición en el ISA, que llamó la atención del Ministerio de Educación Superior, por lo que nos proporcionaron los medios para seguir desarrollando esa nueva forma de expresión. Así fundé el Laboratorio de Gráfica Computarizada en el ISA y comenzamos a impartir cursos de gráfica por computadora y a participar en eventos de arte, diseño y tecnología.

Esos videoclips me permitieron conocer a Rafael Andreu y Mónica Melamid, su esposa norteamericana, que tenían todos los recursos tecnológicos y eran profesores de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Me enrolé con ellos para realizar animaciones en 3D para la televisión cubana.

Los videos iniciales fueron exhibidos en el 1989 en el Festival de Cine de La Habana junto a la película Habana, con Robert Redford.

La “empresa” que tenían ellos en Cuba se llamaba RAMM Producciones. Con Andreu y Mónica vine a México en 1991 por una invitación de Vicente Silva, un cineasta de aquí.

¿Cómo fueron los primeros años de tu vida mexicana?

Llegué a México el 23 de marzo de 1991 y echamos a andar RAMM Producciones haciendo animaciones en 3D. En esa actividad estuve cerca de un año hasta que decidí que quería regresar a la pintura. Y un buen día comencé a jugarme la vida como pintor.

A la semana de estar en México, unas amigas me dijeron que estaban por organizar las clases de grabado en la Universidad Iberoamericana y me llevaron con el Rector, quien me pidió que me hiciera cargo del grabado en la Ibero. Me daban todas las condiciones, salario alto, seguro médico, todo muy tentador. Acepté. Al llegar a la casa donde recién vivía caí en la cuenta de que estaba volviendo al principio; llamé al Rector y, sin más preámbulos, le dije: “Olvídese de mí. Yo me fui de Cuba huyendo de la docencia. Gracias.”

Tuve una “recaída” tiempo después, cuando mi amigo el pintor Carlos García de la Nuez me pidió que le echara una mano en Casa Lamm, donde él daba clases. Me dejé enrolar nuevamente por algo más de un año.

¿Cómo surge La Siempre Habana?

El nombre viene de una serie de grabados que había comenzado en 1977. Eran linografías con cierta influencia de M. C. Escher. Diseñé, además, un logotipo para la tapa de la carpeta. Veinticinco años después mi taller en México se nombró así y usé aquella marca gráfica como sello de identificación.

En 1999 me encargaron varias ediciones de serigrafía para unas galerías. Retomé ese procedimiento y colaboré con amigos en la edición de algunos grabados en metal. En esos trajines conocí a Ramón Carballo, un editor de gráfica que me dijo que estaba interesado en trabajar con obras de artistas cubanos. Ya tenía una pieza de Zaida del Río, que no había podido editar.

Yo estaba en conversaciones con Nelson Domínguez, que quería montar un taller de grabado en La Habana para que yo lo dirigiera. Le sugerí a Ramón Carvallo que podíamos editar obra de Nelson y de Fabelo  junto con la de Zaida, y en esos trajines de hacerlo en La Habana o en México me decidí por hacerlo en México por un problema práctico elemental: ¿Y si se me acaba la estopa en La Habana?

Junto con el poeta mexicano Cuitláhuac Rangel constituimos LA SIEMPRE HABANA S.A. DE C.V. en agosto del año 2000. Rentamos una casa en el centro de Coyoacán, México D.F. y me puse a trabajar, más bien a continuar unas serigrafías que ya había comenzado en mi departamento a petición de la Galería Oscar Román.

En un inicio tuve el apoyo de dos de mis alumnos cubanos, Luis Lara y Ricardo Silvera, que me ayudaron a adiestrar en las diversas técnicas de impresión a un par de jóvenes mexicanos.

Señala los momentos más importantes del taller.

Es difícil aislar un momento importante. Allí hago mi obra. Además, por la instalación han pasado más de cien artistas, entre cubanos, mexicanos y de otras latitudes. Trabajar con cada uno ha constituido una experiencia invaluable.

Según recuerdo, LSH tuvo una galería.

La gestión de promoción, exhibición y curaduría, siempre ha estado presente en LSH de una manera muy nuestra. En un principio, en el propio espacio del taller, con la exposición de las obras realizadas, las matrices de las ediciones canceladas y los actos de firma donde, a modo de lanzamiento, el artista rubricaba en público la obra recién realizada. Estos eventos, que mantenemos hasta hoy, dan la posibilidad al espectador de ver cómo la estampa es el resultado de un proceso, compartir con el autor, entender mejor la gráfica, sus procedimientos, ver las matrices.

Del 2005 al 2007 pudimos contar con un espacio extra al taller donde creamos una galería (única de su tipo en ese momento en México) que no sólo exponía la obra producida por nosotros, sino que, además, ampliaba la apuesta al mostrar la gráfica contemporánea y su influencia en otras disciplinas.

A la par de las ediciones, esta fue una etapa curatorial enriquecedora donde se destacan las muestras Incisiones, la presencia de la gráfica en el arte contemporáneo, con obras de La Siempre Habana y Kyron Ediciones, y estampas de Rufino Tamayo, Francisco Toledo y Leonora Carrington, entre otros; Gran Formato Europeo, ediciones de Tristan Barbará, con José Pedro Croft, Jaume Plensa, Víctor Mira y autores de otras colecciones como Salvador Dalí y Marc Chagall; Sensible, con ocho mujeres fotógrafas, y Latidos de América, con fotografía de la colección de National Geographic. También muestras personales con piezas mías, de Víctor Guadalajara y José Luis Bustamante.

¿Qué relación ha mantenido LSH con los artistas cubanos?

Es una línea que hemos mantenido desde el inicio. Ten en cuenta que muchos artistas cubanos que han pasado por el taller, o fueron mis profesores, como Adigio Benítez, que hizo su único aguafuerte conmigo, y Mario García Portela, que ha hecho dibujos; o fueron mis compañeros de estudio, como Manuel López Oliva y Nelson Domínguez; o mis alumnos, como Zaida del Río y Roberto Fabelo. Al principio aprovechamos su paso por México; después ya venían directamente a grabar en el taller. Incluso trabajamos con varios artistas cubanos que residían ya en México, como es el caso de Carlos García de la Nuez, Lázer Fundora, Enrique Martínez Guillén, Carlos Ríos, Ángel Ricardo, Ricardo Ríos…

De los 107 artistas con los que ha trabajado el taller, 45 son cubanos que viven entre la isla, México y Estados Unidos.

Artistas mexicanos relevantes cuyas obras haya editado LSH.

Muchos. En este momento se me ocurre citar a José Luis Cuevas, Vicente Rojo, Castro Leñero, Fernanda Brunet…

A pesar de ser pinareño, una parte importante de tu vida la pasaste en La Habana, ciudad donde estudiaste y en la cual comenzaste la actividad profesional.

Yo comencé a estudiar en la Escuela Taller de Artes Plásticas de Pinar del Río, a los 12 años, y en 1965 obtuve la beca en la ENA, donde me quedé de maestro. Al principio me empleaba como profesor de dibujo y pintura. Grabado era una asignatura complementaria para los estudiantes de pintura, después del segundo año; así como la cerámica lo era para los escultores. Yo había hecho grabado en madera en Pinar del Río con el profesor Joaquín Crespo Manzano, y cuando llegué a la ENA lo único que se hacía era litografía, con el profesor peruano Francisco Espinoza Dueñas. Me gustó mucho esa técnica, y Espinoza me permitió aprender litografía antes de que me tocara por el plan de estudios. Al irse de Cuba Espinoza Dueñas, me designaron profesor de grabado.

Por el año 1972 propuse que el grabado debía ser una especialidad en Artes Plásticas, debido al desarrollo de esa disciplina a nivel nacional, y que no tenía sentido que fuera una mera asignatura curricular. Esta idea se aceptó por la Dirección Nacional de Escuelas de Arte, por lo que fundamos la Cátedra de Grabado; los primeros profesores fueron Tomás Sánchez, Enrique Pérez Triana, Ángel Alfaro y yo, que era, además, el jefe de cátedra.

Al no tener condiciones en la ENA para incorporar otras técnicas que no fuera la litografía, me acerqué al Taller Experimental de Gráfica de la Plaza de la Catedral. Me recomendó Roger Aguilar, y fui aceptado como miembro del TEG; comencé a hacer las primeras pruebas de grabado en metal y retomé el grabado en madera. Llevé a algunos estudiantes de la ENA para que pudieran hacer grabados allí, y al graduarse se fueron incorporando al taller como miembros.

Este intercambio de experiencias entre la ENA y el TEG se amplió con la fundación del ISA, en 1976, lo que prácticamente convirtió al TEG en parte del Departamento de Grabado de la Facultad de Artes Plásticas, hasta el punto de que en ciertos momentos Pepe Contino y José Luis Posada fueron invitados como profesores.

El TEG para mí constituyó la gran escuela que me llenó de experiencias, no sólo en lo referente a la técnica, sino en todos los aspectos que implica un taller de grabado. Figúrate, en esos años yo era asesor nacional de grabado para todas las escuelas de arte del país, y tenía que dominar lo relativo a la organización y control de los elementos afines. Eso me sirvió de experiencia a la hora de organizar lo que sería en el ISA el Departamento de Grabado de la Facultad de Artes Plásticas; echar a andar un taller en Nicaragua, impartir cursos en República Dominicana y Puerto Rico, aprovechar al máximo mi estancia en el Atelier 17, trabajar durante un mes en el taller de grabado de la Unión de Pintores de Bucarest, trabajar en un taller de grabado en Bulgaria…

Organizar LSH en México fue una tarea relativamente sencilla, sobre todo porque no dependía de nadie para tomar decisiones.

¿Cuáles son las técnicas de grabado más frecuentes en LSH?

Fundamentalmente hemos trabajado el grabado sobre metal, el grabado en madera, la colagrafía y la serigrafía; y la mezcla de todas ellas en diferentes piezas. Hemos hecho algunas obras en una variante de la litografía que se hace sin agua y sobre planchas de offset, pero muy pocas, porque no se equipara a la piedra litográfica y no me gusta esa usurpación ni de funciones ni de términos.

Sobre todo tratamos de que los procedimientos se adapten a los intereses creativos del artista.

No sólo el nombre del taller, sino también una parte importante de tu obra remite a La Habana. ¿Qué representa esta ciudad para ti?

A La Habana llegué a estudiar, becado, el 15 de febrero de 1965.

El primer impacto fue encontrarme a los 16 años delante de un tribunal integrado por los profesores de ese entonces, entre los que estaban Enrique Moret, Jorge Rigol, Orlando Yanes, Armando Fernández, Adigio Benítez, Fayad Jamís y otros que en aquel momento sólo conocía por catálogos y que eran de los más importantes artistas cubanos del momento.

Como estaba internado, durante los fines de semana me dediqué a recorrer La Habana, la fui haciendo mía y ahí me quedé. Cuando a principios de los 70 me incorporé al Taller Experimental de Gráfica de la Plaza de la Catedral me dediqué a una serie de retratos de personalidades, y un día hice un “retrato” de la Catedral; un grabado en linóleo. Trabajé una serie de grabados que tenía por tema principal la arquitectura colonial de la Habana Vieja.

A partir de aquello he desarrollado todo un cuerpo de obra donde ese tema es reiterativo e inagotable y todavía recurro a él. Si revisas mi currículo verás muchas exposiciones que se titulan de igual forma y aún después de casi 30 años en México siento que La Habana está impregnada en mí.

¿Has logrado que tus colegas aztecas te asuman como uno más?

He desarrollado en México mi obra de los últimos 29 años. Participé en muchas exposiciones colectivas y personales en varios estados. Siento que me he integrado a la escena plástica de México como uno más y siempre he recibido de mis colegas aquí el mayor afecto y consideración.

Recientemente pasé al Programa de Pago en especie, que es un sistema que creó Siqueiros, mediante el cual los artistas tributamos con nuestra obra y ésta pasa a formar parte del Museo de Hacienda y de las colecciones de otros museos e instituciones.

El Maestro Vicente Rojo dedicó al taller una frase muy generosa, y que grabamos en una plancha de cobre. Dice así:

“Con el hermoso nombre de La Siempre Habana, Luis Miguel Valdés y sus colaboradores han instalado en pleno Coyoacán un taller de grabado que ha enriquecido las técnicas tradicionales con aportaciones innovadoras. Espero (y deseo) que, sin perder su entrañable acento cubano, el taller pueda llamarse también El Siempre México.” (Vicente Rojo, año 2005)

Plancha de cobre con texto de Vicente Rojo.

¿Contemplas la posibilidad de abrir una sucursal de LSH en Cuba?

No tengo interés en abrir una sucursal en ningún lado. A esta altura de mi vida, con 71 años, quiero y debo ser lo más egoísta posible y aprovechar la energía que todavía tengo en producir mi obra y dejar de producir obra a otros artistas. Creo que ha sido una etapa muy provechosa y que he desarrollado una labor digna de un gran reconocimiento porque el taller reúne la colección de gráfica cubana más importante que se haya realizado fuera del país en todos los tiempos. Como te darás cuenta, mi modestia se quedó en una calle de Pinar del Río. Es que si no lo digo yo, nadie lo va a decir.

Luis Miguel Valdés. Pintando «Intramuros», 2020. Acrílico sobre tela. 200×300 cm.

¿En qué momento se encuentra tu obra personal como pintor?

Pues no lo sé. He llegado a un punto en que lo que hago es más un ejercicio físico, puro placer de pintar. Me divierto mucho saltando “de palo pa’ rumba” y no me interesa justificar teóricamente nada de lo que produzco. Me siento muy bien haciéndolo así y van saliendo cosas que ni imaginaba antes de empezar. Yo creo que en eso radica la creación. Todos los días creo algo, a veces muy diferente de lo del día anterior. Como no estoy amarrado a ninguna galería ni tengo contrato con nadie, dejo que las obras fluyan a su aire…

En los años recientes he trabajado formatos grandes con todas las técnicas y procedimientos. A veces me preguntan si se tratan de encargos. Respondo que son para mí, porque tengo todavía la energía para hacerlo.

Hace poco pinté un cuadro de 3 x 10 metros con el mismo tema de La Siempre Habana. Se expuso en el Museo Juan Soriano; regresó al taller, y en octubre se exhibirá en Guanajuato, durante el Festival Cervantino, que se le va a dedicar a Cuba. Y volverá al taller. Aquí estará hasta que Jorge Pérez se decida a comprarlo para el PAM de Miami, o yo se lo done al Museo de Bellas Artes de La Habana, si se comprometen a ponerlo en las salas permanentes donde, por cierto, no hay nada mío colgado, cuando fui el primero de los jóvenes que exhibí ahí en los 70.

En la última Bienal de La Habana exhibieron en una expo colateral el cuadro que mandé al Salón 70; me habían dicho que lo destruyeron porque Fidel no podía ser un dedo sobre un micrófono; estuvo guardado casi 50 años. Fue un honor aparecer entre Antonia Eiriz, Raúl Martínez y Fayad Jamís.

Cuando ya no esté, la obra va a tener que defenderse sola. Entonces vendrán los críticos como tú para decidir si valió la pena invertir tanto tiempo embarrando superficies. Al final yo me siento bien con lo que estoy trabajando y no me arrepiento de nada de lo hecho anteriormente, desde los retratos de mártires y héroes de los 70, hasta la última columna o mujer que haga el día anterior al viaje final.

Fuente: OnCuba

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