La aventura habanera de Ponce
Por Waldo Acebo Meireles
No, no es que Ponce haya escrito alguna habanera, no lo hizo aunque pudo haberlo hecho, a lo que nos referimos es a los dos años en que Manuel M. Ponce buscó refugio en La Habana de las terribles consecuencias de la lucha revolucionaria que conocemos como la Revolución Mexicana que se inició en 1910 en contra de la larga dictadura de Porfirio Díaz y que duró hasta 1920 con la toma del poder de Álvaro Obregón, el final de la guerra civil, el establecimiento de la Constitución de 1917 y el inicio de los gobierno constitucionales.
Ponce llegó a La Habana el 15 de marzo de 1915, lo acompañaban el poeta Luis G. Urbina, y el violinista Pedro Valdés Fraga. En Cuba en esos momento se disfrutaba un período de bonanza económica y tranquilidad social conocido como “las vacas gordas” o “la danza de los millones” motivado por el alza del precio del azúcar a consecuencia de la I Guerra Mundial.
Lo precedía el éxito alcanzado por su canción ‘Estrellita’ compuesta en 1912 que es en realidad un ‘lieder’ a la altura de cualquiera de los escritos por Franz Schubert u otros compositores románticos, es decir que en La Habana encontró no solo tranquilidad anímica y económica, sino también un amplio reconocimiento a sus cualidades como compositor y de paso a su espíritu bohemio halló un terreno fértil para las andanzas nocturnas.
El ambiente musical cubano lo impresionó y se puso de inmediato en contacto con el mismo al percibir el sortilegio irresistible de una nueva música, ritmo y cantos desconocidos para él, el riquísimo folclore cubano nacido de la fusión prodigiosa de los ritmos africanos y las melodías hispanas el Son, Guajira, Rumba, Guaracha. Danzón, Clave y Bolero lo embargaron y tomó su pluma para escribir casi una decena de obras inspiradas en su admiración por la música cubana.
De esa decisión nace su primera obra de aroma cubano: ‘Rapsodia cubana’, para piano, que partiendo de la Guajira ‘El arroyo que murmura’[1] compuesta en 1899 por Jorge Anckerman ─al que probablemente conoció─ le da sonoridades de concierto, y le incorpora variaciones armónicas, aunque mantiene el ¾ rítmico.
Al listado de obras que compuso en Cuba debemos añadir, todas para piano: Guateque; Preludio cubano; Danza cubana, estas tres obras nos recuerdan las danzas de Ignacio Cervantes Kawanag que aunque el no pudo conocer ya que Cervantes había fallecido en 1905, seguramente conoció de sus obras por medio de las partituras que se vendían en las casas de música abundantes en La Habana de aquella época.
A estas obras añadiría una Suite cubana en tres parte: I Serenata marina, II Plenilunio y III Paz de ocaso; esta obra desbordada de la melancolía que tanto abunda en su producción musical se incorpora así a las 187 obras para piano que escribió a lo largo de su vida, él murió en la pobreza[2] en la Ciudad de México el 24 de abril de 1948 a los 66 años, tenía 32 cuando llegó a Cuba.
Financieramente la estancia en Cuba fue exitosa los tres amigos dieron concierto, participaron en saraos donde los contrataban, Ponce desarrollo además una labor pedagógica y se anunciaba en los periódicos de la siguiente forma:
“Manuel M. Ponce tiene el honor de ofrecer a Ud. su nuevo domicilio en San Rafael 27 (altos). Telef. A-9516. Habana. Clases de piano, armonía y composición.”
Unos de estos periódicos, El Heraldo de Cuba, llamó a estos músicos mexicanos: “Los Peregrinos del Arte” y así fueron unos peregrinos, y en 1917 decidieron partir de la tierra que los había recibido y brindado su calor como a tantos mexicanos que huían del desastre que en la vida social y económica había generado la guerra civil. La nostalgia por el terruño y además la novia que había quedado atrás generó la última obra que Ponce escribió en Cuba, ‘Elegía de la ausencia’, que sobrepasa en nostalgia y tristeza sus otras obras y que dedicó a su novia mexicana, Clema Maurel, a ella le escribió:
“Aunque en Cuba siempre estoy rodeado de gente, me haces falta. Vivir sin ti no es vida. ¡Créemelo! En ocasiones deseaba abandonarlo todo y tomar el primer barco que me trajese a México.”
Ponce fue el primero en México de seguir la corriente del nacionalismo musical originada en Europa con Sibelius en Finlandia; Glinka en Rusia; Smetana en Checoslovaquia; Kodaly y Bartok en Hungría; Moniuszko en Polonia; Falla y Albéniz en España y Heitor Villa-Lobos en Brasil, con este último mantuvo correspondencia en la cual intercambiaron ideas entre otras cosas en el de la necesidad de investigar el folclore. En México el nacionalismo musical haría eclosión a nivel internacional con Silvestre Revueltas, José Pablo Moncayo y Carlos Chávez pero sin lugar a dudas Ponce fue su iniciador y precursor y quizá el contacto con un folclore que le era ajeno, como el cubano, sirvió de acicate para penetrar en el suyo.
A continuación podrán oír algunos ejemplos de la música de Ponce comenzaremos por la versión que realizó Ponce de ‘Estrellita’ su título: ‘Estrellita Metamorfosis de concierto’ y está interpretada por el pianista mexicano Héctor Rojas que grabó en siete CDs la obra pianística completa de Ponce:
El virtuoso del violín Jascha Heifetz transpuso ‘Estrellita’ para violín y piano aquí la podrán oír interpretada por Ilmar López Gavilán en el violín y Teresita Junco, su madre, al piano son los descendientes de dos grandes familias de músicos cubanos:
Y finalmente la ‘Rapsodia cubana’ interpretada también por el pianista Héctor Rojas donde podrán apreciar la utilización del tema de Jorge Anckerman, como nos referimos más arriba:
[1] Es esa que dice: “El arroyo que murmura / Y que la luna retrata / Cuando sus rayos de plata / Atraviesan la espesura. / El sinsonte de voz pura / Que alegra el monte y el llano / Las palmas de verde guano / Que al son del viento se mece / Y que suspirar parece / Ese es el punto cubano”
[2] A pesar del éxito de obras como ‘Estrellita’ prácticamente nunca cobró los derechos de autor que le correspondía por esa obra de fama mundial ni tantas otras que escribió, su catálogo no solo incluye las obras para piano mencionada además cientos de canciones, dos óperas, obras de Cámara y tres conciertos, para piano, otro para violín y otro para guitarra que estrenó el notable guitarrista Andrés Segovia con el cual Ponce mantuvo una larga amistad, este guitarrista dejó grabada prácticamente toda la obra guitarrística de Ponce